AÑO: 2006
DURACIÓN: 137 min.
PAÍS: Alemania
DIRECTOR: Florian Henckel-Donnersmarck
GUIÓN: Florian Henckel-Donnersmarck
MÚSICA: Gabriel Yared, Stéphane Moucha
FOTOGRAFÍA: Hagen Bogdanski
REPARTO: Ulrich Mühe, Martina Gedeck, Sebastian Koch, Ulrich Tukur, Thomas Thieme, Hans-Uwe Bauer, Volkmar Kleinert, Matthias Brenner, Charly Hübner
PRODUCTORA: Wiedemann & Berg Filmproduktion / Bayerischer Rundfunk / Arte / Creado Film
WEB OFICIAL: http://www.movie.de/filme/dlda/
Valoración: 10.
Uno de los placeres que tiene el ver cine en estos tiempos que nos ha tocado vivir, es que de vez en cuando, entre tanto producto anodino (cuando no insultante) del cine de Hollywood o los quiero y no puedo patrios (con estimables excepciones, pero pocas), uno puede encontrarse con grandes películas como La Vida de los Otros, Oscar a la mejor película de habla no inglesa en los premios de la academia del 2006.
El capitán Gerd Wiesler (Ulrich Mühe) es un oficial altamente competente de la siniestra Stasi, la policía secreta de la República Democrática Alemana, que a principios de la década de los 80 le encomiendan investigar a Georg Dreyman (Sebastian Koch), un prestigioso dramaturgo y a su pareja, la actriz Christa-María Sieland (Martina Gedenk).
La película comienza con un interrogatorio y nos muestra, sin concesiones, el estado de las cosas en aquel país antes de la caída del muro de Berlín y, de paso, nos advierte del peligro de las dictaduras de cualquier tendencia. Bajo una apariencia de normalidad, en que artistas como Georg y Chirsta pueden triunfar y ser admirados y hasta adulados (siempre que se dobleguen a la voluntad del estado opresor), se encuentra un país aterrorizado y maniatado por el poder público, incapaz de expresarse libremente, un terreno abonado dónde los de siempre, los salvapatrias y los sapos abyectos, bien representandos por los personajes del ministro de cultura Bruno Hempf (Thomas Thieme) y el oficial superior de Wiesler (Ulrich Tukur), campan a sus anchas con la mentira del bien común rendidos únicamente a sus propios intereses.
La película comienza con un interrogatorio y nos muestra, sin concesiones, el estado de las cosas en aquel país antes de la caída del muro de Berlín y, de paso, nos advierte del peligro de las dictaduras de cualquier tendencia. Bajo una apariencia de normalidad, en que artistas como Georg y Chirsta pueden triunfar y ser admirados y hasta adulados (siempre que se dobleguen a la voluntad del estado opresor), se encuentra un país aterrorizado y maniatado por el poder público, incapaz de expresarse libremente, un terreno abonado dónde los de siempre, los salvapatrias y los sapos abyectos, bien representandos por los personajes del ministro de cultura Bruno Hempf (Thomas Thieme) y el oficial superior de Wiesler (Ulrich Tukur), campan a sus anchas con la mentira del bien común rendidos únicamente a sus propios intereses.
En esta situación dantesca, sin embargo, hay un hueco para la esperanza, el despertar de la conciencia, el compromiso político y la valentía de algunos, personificados en esta película en los personajes del oficial de la stasi y el dramaturgo, que evolucionan paralelamente de una manera muy similar, al son de la Sonata de un Hombre Bueno. Ambos comprenden que es el momento de tomar partido, que es posible cambiar las cosas y denunciar el abuso. Esta identificación entre ambos personajes me parece lo mejor de la película, ya que, en efecto, las revoluciones no la hacen sólo los intelectuales, como parecen pensar muchos, ni tampoco con baños de sangre, sino con el corazón, la palabra y la bondad de los actos que en último término la hacen posible.
Si el círculo dónde se mueve Georg Dreyman parece una burbuja a punto de explotar, a priori no muy diferente al ambiente exclusivo de los artistas y hombres de letras de cualquier otro país de Europa de los años ochenta, el de Wiesler retrata lo que tuvo que ser aquella mitad de Alemania durante su pertenencia a la órbita soviética. La casa de Weisler y él mismo, es gris, geométrica e impersonal, casi parece una habitación de hotel. No mejora mucho más el edificio de la Stasi, frío y con comedores desolados, donde bromear sobre el régimen puede costarte la carrera.
En el terreno actoral todos estan a una gran altura, especialmente y como no podía ser de otra forma Ulrich Mühe, que bajo la expresividad reducida que requería el personaje consigue emocionar al respetable.
En realidad, con películas como esta no hay mucho que decir, excepto que vuelve a reconciliar a los que nos gusta el cine con este medio, últimamente muy vapuleado desde más allá del atlántico, con cintas cada vez mas desprovistas de alma. Europa 1 Estados Unidos 0.
Y por favor, veánla.
En realidad, con películas como esta no hay mucho que decir, excepto que vuelve a reconciliar a los que nos gusta el cine con este medio, últimamente muy vapuleado desde más allá del atlántico, con cintas cada vez mas desprovistas de alma. Europa 1 Estados Unidos 0.
Y por favor, veánla.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Es casi imposible no emocionarse o llorar con esta película.
Es terrible que unos estudios yanquis están perpetrando un remake de esta película, que se estrenará en el 2010. Que herejía.
¿No me digas? Lo de Hollywood empieza a ser poco menos que demencial.
Un saludo.
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